Jesús García-Prieto / ICAL
Imagine una tarde cualquiera en un aula de un instituto de Alcobendas. Un grupo de chavales dibuja pantallas y programan píxeles, y de pronto alguien menciona a unas mujeres que, hace setecientos años, se pusieron una banda dorada al brazo y dijeron “hasta aquí”.
El profesor sonríe, porque esa historia la lleva dentro desde niño. Se llama Víctor Calzada, es palentino de pura cepa y, sin saberlo todavía, acaba de plantar la semilla de Bandas Doradas, un juego de mesa que no solo defiende una ciudad medieval, sino que rescata del olvido a sus heroínas más feroces.